Estoy angustiado. La angustia del maestro”, de este modo define Hernando Medina, enseñante de danzas con treinta y seis años de experiencia en institutos públicos y privados, su situación desde el pasado quince de marzo. Ese día, para eludir la propagación del coronavirus, el Gobierno decidió suspender las clases presenciales en todo el país.
Hernando trabaja en el Centro Educativo Distrital Antonio Van Uden, de la localidad de Fontibón, en la ciudad de Bogotá. En este instituto, la enorme mayoría de sus 720 estudiantes son migrantes venezolanos o bien jóvenes indígenas de la etnia misak, de origen guambiano, cuyo asentamiento está situado en distritos próximos al río Bogotá. Estos jóvenes no solo comparten altos niveles de pobreza, sino también la imposibilidad de conectarse virtualmente, cuando menos desde casa. Para ellos, internet se restringe a los pocos minutos que pueden rasguñar en algún comercio próximo, explica el maestro.
De ahí que, desde hace más de 3 meses, cuando de forma apurada los institutos migraron cara la ‘educación virtual’, fue imposible proseguirles el indicio a los estudiantes que tiene a su cargo en quince cursos (de grados ocho.° a once.°). “Muy pocos se han conectado. En ciertos cursos, aparecen ocho de treinta y cinco estudiantes o bien uno de treinta y seis.
En verdad, los directivos nos contaron que el sesenta y tres por ciento de nuestros pupilos no se han reportado”, narra Medina.
“Si los estudiantes tienen para abonar la hora de internet, no tienen para comer. Eso es angustiante. Por el hecho de que sé que están preocupados, sobre todo los de once.°, por el hecho de que está en juego su grado. Y uno siente mucha impotencia. Es muy triste”, cuenta este enseñante alto, de voz gruesa, mas afabilidad de pequeño.
De ahí que, se le ocurrió una solución. En plena temporada de clases y talleres on-line, debió valerse de un recurso que semeja antiguo: imprimir todas y cada una de las guías de trabajo (unas cuatro mil hojas), organizarlas en carpetitas de varios colores, dejarlas en la portería del instituto con una lista de control y cruzar dedos a fin de que aparezcan los muchachos. Y dice: “Eso de la conectividad, del internet para todos, es una ilusión. La realidad está lejísimos de eso”.
Muchos y muchas jóvenes se encuentran lejos de la posibilidad |
Cifras optimistas, realidades fatalistas
El caso del profe Medina se parece poco a lo que pasa en la capital, la que, conforme los datos y las estadísticas, tiene de los mejores niveles de conectividad en el país. En la ciudad de Bogotá, afirma el Censo Nacional de Residencia de dos mil dieciocho, el setenta y cinco por ciento de las residencias tienen conexión a internet, bien sea fijo o bien móvil. Esto es algo vital cuando, por culpa del coronavirus, hemos de estar recluídos en casa.
Conforme un reciente estudio del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Pontificia Universidad Javeriana, el sesenta y ocho por ciento de los estudiantes de institutos públicos de la capital del país reportan tener internet y ordenador, lo que haría más viable dar una educación virtual o remota.
O sea que, si se trata de los datos estadísticos, el panorama parecería servido a fin de que la virtualidad sea un camino tangible. Mas la realidad es otra. Y se revela no solo desde testimonios como el de Hernando Medina, sino más bien desde exactamente el mismo análisis de los especialistas de LEE. Hay una palabra clave en todo esto: desigualdad.
“No hay garantías de que ese sesenta y ocho por ciento esté localizado o bien distribuido de forma homogénea. Podríamos hallar institutos o bien grados escolares del campo público donde ciertos estudiantes sí tienen el acceso y otros, no”, asevera Luz Karime Abadía, codirectora de LEE.
Si la mirada en la ciudad de Bogotá es compleja, al ver que pasa en el resto de Colombia, la perspectiva es todavía más preocupante: el estudio del LEE, que examina los datos lanzados por las pruebas de Estado aplicadas a estudiantes de los grados cinco.°, nueve.° y once.°, apunta que el noventa y seis por ciento de los ayuntamientos del país tendría contrariedades incorporando clases virtuales, puesto que menos de la mitad de los estudiantes de cinco.° y de once.° tiene ordenador y también internet en su hogar.
La conectividad, un privilegio urbano
En Colombia pareciese que la conectividad está reservada para los centros urbanos y los ayuntamientos próximos a las grandes urbes.
“La infraestructura de internet mayoritariamente es urbana. Por consiguiente, la mayor cantidad de actividades que se efectúan con internet se hacen en ciudades”, asevera Pilar Sáenz, organizadora de proyectos en la Fundación Karisma, organización que fomenta los derechos esenciales en el planeta digital. Sáenz asevera que, por una parte, es costoso para el usuario adquirir este servicio y, por otro, tener la infraestructura para ofrecerlo asimismo representa un enorme gasto económico.
La Unidad de Datos de EL TIEMPO examinó los datos y microdatos del Censo Nacional de Población y Residencia del dos mil dieciocho del Dane en un aspecto específico: las unidades de residencia (o sea, las construcciones, las casas) que fueron reportadas con conexión a internet, así sea móvil o bien fijo.
Se halló que, de los diez ayuntamientos con mejor conectividad en el país (sin incluir las urbes capitales), 9 son vecinos de la ciudad de Bogotá y de la ciudad de Medellín. Y uno, Floridablanca, está en las goteras de Bucaramanga. Sabaneta y Envigado (Antioquia) son los 2 ayuntamientos con mayor conectividad en toda Colombia, puesto que el ochenta y siete por ciento de las residencias tienen conexión a internet móvil o bien fijo.
Eso sí, hay zonas que tienen peculiaridades y poblaciones afines, mas no corren ni de lejos con exactamente la misma suerte.
Por servirnos de un ejemplo, Uribia, en La Guajira, sin embargo estar parcialmente cerca de Riohacha, capital de ese departamento, tiene menos del 1 por ciento de conectividad en sus residencias. O sea que solo trescientos setenta y ocho de sus cuarenta y uno y cuatrocientos noventa y seis unidades de residencia tienen internet.
Mientras, Mosquera, ayuntamiento que está a menos de treinta quilómetros de la ciudad de Bogotá y que tiene apenas una diferencia de novecientos cuarenta y dos habitantes respecto a Uribia, reporta una conectividad de sesenta y ocho por ciento. Esto es, veintiocho y ochocientos ochenta y ocho de sus cuarenta y 2 y cuatrocientos treinta y ocho unidades de residencia tienen internet móvil o bien fijo.
Hay casos extremos. 2 ayuntamientos de Colombia no tienen ni una residencia conectada a internet: Mapiripana y Paná-Paná, en Guainía. También, hay otros ayuntamientos que tienen menos del 0,5 por ciento de conectividad: Norosí, en Bolívar; Puerto Colombia, en Atlántico; López, en Cauca; Río Iró, en Chocó y Roberto Payán, en Nariño.
En todo el país, de los mil ciento veintitres ayuntamientos, hay setecientos que tienen menos del diez por ciento de sus habitantes, tanto de la zona rural como la urbana, con conexión a internet.
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